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jueves, 24 de octubre de 2013

La biblioteca de un club

La biblioteca de un club
Estudio de Caso
Francisco Martínez Alas (2013)

El segundo empleo formal que obtuve como bibliotecario fue en una asociación; se trataba de un club social para ciudadanos provenientes de cierto país europeo y sus descendientes en el país, con una finalidad filantrópica de trasfondo. El cargo que ocupaba era modesto: era el bibliotecario del club, nada más. Un club en el que las actividades culturales tenían una importancia menor a la que ocupaban las de filantropía, deportivas y de entretenimiento,  y otros servicios a los socios, que incluían el de restaurante y cafetería, locales para celebraciones y fiestas (familiares y corporativas), juegos de salón y canchas para practicar ciertos deportes, así como una enorme piscina, entre otros. Al estar adentro de las instalaciones del club, tras altos muros y espesos setos, entre árboles y jardines, se olvidaba uno que se hallaba en medio de la ciudad, en una zona residencial, pero con mucho comercio y tráfico vehicular. El bibliotecario del club dependía administrativamente del cargo simbólico correspondiente en la junta directiva y del gerente del club, si bien, éste último era a quien tenía que reportarme. Pero, aparte de  presentar un informe mensual de labores, así como de expresar cualquier necesidad material para la unidad, y por supuesto, atender a los usuarios de la biblioteca, yo era el amo de mi espacio laboral, y el único que tomaba las decisiones técnicas. Los usuarios de la biblioteca eran los hijos de los socios, y jamás (o muy rara vez) los mismos socios adultos del club. Durante los varios años que estuve trabajando allí, tuve dos jefes, el primero por corto tiempo, y el segundo por más de cuatro años. Ambos fueron bondadosos y comprensivos conmigo, me ofrendaron su compañía y amistad, considerando que yo era un universitario que necesitaba y quería trabajar únicamente en mi tiempo libre.

Según me enteré, la biblioteca se originó gracias a un donativo importante realizado a la asociación por parte del gobierno de un país amigo. Talvez por ello, el énfasis de su contenido estaba puesto en cierto país europeo, especialmente en cuanto a literatura clásica e historia de tal país. Curiosamente, todos los libros de ese donativo estaban empastados en piel de vacuno, con nervaduras y letras doradas.

En conjunto, la biblioteca tenía menos de dos mil volúmenes (aproximadamente unos 1700). Los estantes de madera oscura que los albergaban formaban una ele, uno de cuyos brazos cubría todo el largo del salón, y el otro todo lo ancho. Como el brazo largo estaba adosado a una pared donde había un ventanal extendido, allí los estantes tenían solo tres niveles, y en los otros tramos seis niveles. Al otro lado, el conjunto estaba compuesto de dos libreros altos, como dos torres, y uno bajo, también de tres niveles. En el espacio en blanco entre las dos torres había un retrato al óleo de la persona cuyo nombre congratulaba la biblioteca. En el resto del salón, había dos mesas cuadradas para cuatro personas, y dos juegos de sillones. Todo el aspecto y el ambiente de la biblioteca era sereno y decoroso.

En cuanto a la colección bibliográfica, compuesta exclusivamente de libros, ya que no había ninguna otra clase de materiales, predominaba la literatura, geografía y la historia de cierto país de Europa en casi todos sus periodos, talvez en un cincuenta por ciento del total. La literatura de otros países y lenguas ocupaba poco más de un estante. En otros cuatro libreros se repartía el material de muchas otras disciplinas, de manera muy desigual, entre las que prevalecía temas humanísticos y sociales diversos, y algunos ejemplares curiosos de obras de autor que ya no se encuentran en venta. Las obras sobre la historia de otros países y regiones ocupaban otro librero. La biblioteca tenía colecciones notables, entre ellas los casi setenta volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles desde la formación del lenguaje hasta nuestros días, en la cual se compila obras clásica de literatura e historia en castellano. También había una copia de la Historia Universal de César Cantú, lastimosamente incompleto, compuesta por varias decenas de pequeños tomos. Por otra parte, la biblioteca carecía de libros técnicos ni manuales universitarios.

Como los servicios de la biblioteca no eran muy demandados, se me permitió gozar de un horario de trabajo flexible, el cual determinaba de acuerdo a mis horarios de estudio en la universidad. Lo importante era estar al menos cuatro horas al día en la biblioteca, y estar allí los fines de semana, por las mañanas y parte de la tarde. Un horario de trabajo flexible para un estudiante universitario es algo invaluable.

Luego de hacer una ordenación física por materia de todos los libros, y de haber colocado rótulos en los estantes -para indicar la materia de la que trataban los libros-, la tarea más importante consistió en hacer un catálogo mecanografiado, en tarjetas de cartulina manila. Tal como se acostumbraba entonces, mecanografié para cada libro una tarjeta por autor, otra por título, y al menos dos por tema o materia. La entidad no contaba con servicios de informática en esa época.

El área de la biblioteca, que en cierto modo estaba compartido con una sala de reuniones, tenía los estantes colocados solo a lo largo de la pared del salón. Si bien el salón era amplio, solamente dos paredes, en forma de ele, contenían estantes, y a causa de una política de la junta directiva, no querían colocar más estantes, ni colocarlos de otra manera, digamos más conveniente para lo que corresponde a una biblioteca formal. No, en realidad esa biblioteca era concebida más bien como una sala de lectura, agradable y confortable, ya que el salón contaba con dos juegos de sillones además de las dos mesas de lectura para cuatro lectores, y tenía dos pinturas al óleo en las paredes. Los primeros tramos de estantes eran altos, cubriendo toda la pared; luego, seguía un estante bajo, que quedaba abajo de una hilera de ventanas altas (y por las cuales se metía mucho el polvo); después, seguía otro estante alto pero solo con dos cuerpos; y por último, formando el otro brazo de la ele, un mueble curioso con dos estantes altos y estrechos, como dos torreones, y uno más bajo y largo. El objeto de ese mueble era más bien enmarcar de manera elegante el retrato que estaba colgado en la pared, de un notable benefactor de la asociación y de la biblioteca misma, cuyo nombre llevaba.

Dado que los estantes eran de madera, y habían sido invadidos por una plaga de polilla, había que estarlos fumigando constantemente, así como revisando los libros, ya que -con mucha frecuencia- desde la madera infectada los insectos penetraban a los libros y comenzaban a devorarlos, primero por la zona de los lomos así como las cubiertas. Yo siempre revisaba los libros, eliminaba los insectos si hallaba alguno adentro, y reparaba los daños en las páginas y costuras. Empero, mi constante inspección evitaba que los insectos llegase a devorar las páginas. Casi tres décadas después, y con bibliotecarios menos acusiosos  y habilidosos que yo, si no se cambiaron los estantes, la mayor parte de los libros que entonces componían la biblitoeca deben haber sido destruidos y consumidos por tal plaga. Si así ocurrió, es una lástima, porque había ediciones muy valiosas que no se encuentran en ninguna otra biblioteca del país desde donde escribo este ensayo. Ya que hablo de insectos, recuerdo una anécdota. Cierta tarde me encontré con un extraño insecto en la biblioteca. Yo ya había escuchado ruidos debajo de uno de los libreros, y tenía la sospecha de que hubiesen ratas, pero, para mi sorpresa, en realidad se trataba de un insecto grande y que se parecía mucho a uno prehistórico (y ya extinto, por supuesto), los llamados tribolites. Creo que lo maté o se fue de la biblioteca, pero no volví a verlo, y luego me arrepentí de no haberlo recogido y puesto en alguna caja de vitrina, ya que, era un insecto con una curiosa forma, y cuyo nombre y especie desconocía.

Los servicios de la biblioteca eran muy básicos, se limitaban al préstamo de libros para ser leídos, consultados o usados en sala, o para ser llevados a domicilio. La verdad, muy pocos libros eran llevados en préstamo a domicilio (y más de alguno de esos no fue devuelto nunca, a pesar de las gestiones que se realizaron), porque los usuarios del club no encontraban algo que les gustase e interesase, o simplemente porque no acostumbraban leer. No se ofrecía el mecanismo de canje porque la asociación administradora y propietaria del club no producía publicaciones propias, ni se tenían ejemplares de más de los títulos que conformaban la colección. Tampoco el club destinaba fondos para un programa de adquisiciones que hubiese acrecentado y enriquecido las colecciones de la biblioteca. Así, si algún libro se perdía porque algún usuario no lo devolvía, lo extraviaba, o –como sucedió una vez- personas de fuera que utilizaban la biblioteca fuera de horas para camerino o local de reuniones y prácticas, hurtaban alguno, no había política establecida ni posibilidad de reponerlo.

Ahora que reflexiono respecto del bajo índice de usuarios de la biblioteca,  llego a la conclusión de que los jóvenes no usaban la biblioteca porque en los colegios donde estudiaban tenían acceso a colecciones más apropiadas para sus necesidades académicas, con fuentes de información relacionadas con los contenidos de las materias que cursaban. El contenido de la biblioteca de este club, como ya lo mencioné, era de interés más bien erudito y literario. Una biblioteca así es más útil en un centro cultural o en un instituto de investigación.

Aunque parezca inapropiado –y en parte talvez lo era–, mis jefes consideraban que una de mis obligaciones como bibliotecario era limpiar el polvo de los libros y de los libreros. Al analizar esto, con frialdad, deduzco varias cosas. En primer lugar, mantener la biblioteca limpia, no sólo en cuanto a los pisos y el mobiliario, sino también respecto de los estantes y los libros mismos, es una cortesía para el usuario, ya que no se le debe de entregar un libro sucio, o permitir que él se ensucie las manos y la ropa cuando ande buscando algo que leer en la estantería. En segundo lugar, sirve para el mantenimiento adecuado de los libros –además del control de asoleamiento y humedad-, para evitar la oxidación y eliminar los ácaros que habitan en el polvo acumulado. En tercer lugar, la máxima higiene del local de la biblioteca y su contenido, es muy conveniente y necesaria para la salud del bibliotecario, quien pasa trabajando allí muchas horas al día.  Pero, es importante resaltar que sólo el personal entrenado en bibliotecas puede retirar los libros de un estante y volverlos a poner en un mismo orden y posición, ya que la mayoría de las personas invierte o trastoca el orden de los libros al retirarlos del entrepaño, colocarlos en una mesa para limpiarlos, y retornarlos al estante. A los bibliotecarios no nos sucede esto último.

Trabajando allí, me comentaron a manera de anécdota, que en cierta ocasión algunas personas con autoridad en el club, mandaron a retirar de la biblioteca todos los volúmenes que tuviesen mal aspecto o luciesen muy viejos, sin tomar en cuenta de qué libros o autores se tratase, y menos de su importancia real (más allá de su aspecto). Recuperé varios de esos de una bodega y los remocé. Yo invertí muchos días y horas reparando y restaurando artesanalmente todos los volúmenes que lo necesitasen: pegando tapas desprendidas, reponiendo la tela que sostiene las pastas duras y reforzando la unión, ajustando guardas rotas, cosiendo cuadernillos flojos, remendando páginas rotas, y otras labores por el estilo. De ello se puede deducir que toda biblioteca debe establecer una política apropiada para el descarte de libros. En mi opinión, solo debe descartarse por eliminación, o para reciclaje, aquellos libros que son imposibles de restaurar, o aquellos libracos sin contenido de valor, o de los que hay millares de copias y siempre se pueden adquirir ediciones más recientes. En algunos casos, aquellos libros que la biblioteca no quiere o no necesita poseer, podría convenir canjearlos por otros con otras bibliotecas, o donarlos a otras bibliotecas, y hasta pueden ser vendidos al público. Pero jamás se debe enviar a encerrar y extraviar los libros en bodegas inapropiadas y sin inventario.

Ahora, quiero hacer un breve balance acerca de las fortalezas  y debilidades de la colección de la que estoy hablando. Me parece que su principal fortaleza era la notable, bella y ricamente encuadernada colección de literatura española, y también, el ambiente grato y señorial que tenía la sala de lectura. En cambio, diría que sus dos principales debilidades consistían en la inadecuación del contenido de la colección con los intereses y gustos de los lectores del lugar, y la plaga de polilla en los estantes que si el bibliotecario se descuidó, para este tiempo todos esos buenos libros deben haber desaparecido irremediablemente carcomidos.

Entonces, pienso que la colección ideal para un sitio como el que estoy describiendo, es decir, un asociación benéfica con un club social frecuentado por niños, jóvenes y personas que practican deportes, sería una que se desarrollase en tres vertientes concretas:

a)Un énfasis en el carácter del club, es decir, sobre las actividades que realiza, los servicios que presta, las ideas que lo sustentan, y los impactos sociales que crea  (un 25 a 35 por ciento de la colección).
b)Materiales de consulta, revistas y manuales sobre las actividades deportivas y recreativas que se practiquen el club, o que los asociados acostumbren realizar: desde juegos de mesa y azar, deportes de cancha y pista o juegos de pelota, hasta los que se practican al aire libre como los acuáticos, el montañismo y campismo, y muchos otros (un 20 a 25 por ciento de la colección).
c)Literatura infantil y juvenil, clásica y contemporánea, en todos sus géneros y tópicos (un 25 a 30 por ciento de la colección).

Adicionalmente, se podría considerar los hábitos de vida del grupo de edad adulta entre los socios del club, de manera que se podría poseer libros, folletos y documentos sobre viajes, turismo, cocina, salud, tercera edad, manualidades y artesanías, entre varios otros temas posibles de interés, los cuales habría que investigar encuestando a los mismos socios (un 20 por ciento de la colección).

La segunda alternativa, sería convertir la biblioteca en un centro de información y referencia sobre la cultura del país patrocinador y de origen de los socios (que la mayoría eran extranjeros), así como de la cultura europea en general. Además, considerando que muchos de los socios son empresarios, se podría desarrollar un centro de documentación paralelo sobre diversas actividades económicas y productivas, así como guías y manuales técnicos de formación y apoyo al empresario y emprendedor.

Cuando me retiré del club, para ir a trabajar a otro sitio, me enteré que la biblioteca recibiría una importante donación de libros: la biblioteca personal de un humanista, la cual se suponía contendría muchas obras de filosofía y humanidades. Para ser sincero, me hubiese gustado estar allí para procesar todo ese material y leer más de alguno.

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