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miércoles, 13 de marzo de 2013

Obligaciones de los docentes y responsabilidades de los estudiantes en la universidad


Obligaciones de los docentes y responsabilidades de los estudiantes en la universidad
Una especie de manifiesto académico (versión 1, 2013)
Por Francisco Martínez Alas

1 De los cursos, contenidos y programas
Los programas de los cursos universitarios suelen ser muy extensos, de manera que a cada tópico,  tema y sub-tema contemplado en el mismo solo se le puede dedicar una o dos clases, no más. Y en cada sesión, además de ciertos avisos que transmitir, y de resumir lo relevante de la sesión anterior y anticipar el contenido de la siguiente, es necesario y conveniente dejar unos minutos para que los alumnos hagan preguntas relacionadas con los temas tratados ese día.

En realidad, un curso universitario solo pretende ofrecer un esquema sintético de la disciplina en cuestión, ya que es imposible cubrir todo el espectro de conceptos, métodos, técnicas, historia, tendencias y cambios de una ciencia en un solo semestre. Por ello mismo, todos los cursos se deben complementar con el envío de materiales por e-correo a los estudiantes, la referenciación de sitios útiles en internet, la distribución de materiales impresos y separatas fotocopiadas, y con sugerencias y recomendaciones de libros y lecturas específicas de artículos y capítulos, que estén accesibles en la biblioteca de la universidad o en las librerías de la ciudad, y que los estudiantes deben buscar, consultar y leer por su cuenta.

El docente tiene que hacer un enorme esfuerzo para exponer –o al menos mencionar y sugerir indagar- todos los temas y sub-temas contenidos en el programa del curso.  Y ya que a cada tema solo se le puede dedicar unas pocas sesiones, en cada clase conviene concentrarse en los conceptos, categorías y relaciones claves, ilustrados con ejemplos pertinentes y datos estadísticos actualizados (a veces son necesarios). Aparte de ello, se deben programar sesiones prácticas y de discusión grupal.

Actualmente, los cursos también se apoyan con servicios de información y comunicación a través de la red, usando para ello blogs, aulas virtuales y las redes sociales en voga. Así, por ejemplo, yo mantengo un blog con referencias a sitios de internet -de calidad, autoridad y confiabilidad- sobre mercadeo, comunicación y relaciones públicas, y otro sobre humanidades y ciencias sociales.

2 De lo que transmite el profesor
Cada una de las clases que imparte el profesor es una síntesis de materiales impresos y de consulta que él lee y estudia; de datos extraídos de diversas fuentes de internet, tales como noticias, anécdotas o novedades; y de lecciones aprendidas en su experiencia laboral y empresarial. Siendo así, la obligación del docente es transmitir cuatro tipos de contenidos: a) conceptos teóricos y definiciones sobre la disciplina, extraídas de fuentes de información confiables y autorizadas; b) asistir a los estudiantes en la realización ejercicios de aplicación y práctica de la teoría y métodos expuestos en las clases, para asentar los conocimientos; c) dar ejemplos pertinentes y mostrar ilustraciones y diagramas, donde sean necesarios; y d) recomendar libros, documentos y artículos útiles relativos cada tema expuesto (fuentes que los estudiantes, repito, deben buscar por su cuenta).

3 De la conducta y actitud del estudiante y sus conexiones con el mundo
Como ya lo mencioné, y es menester insistir en ello, se requiere que el estudiante se esfuerce por leer, indagar, investigar y consultar por su cuenta otras fuentes, y no solo las que el profesor recomiende. Asi mismo, el estudiante debe conectar los contenidos de la clase con: a) sus propias experiencias personales y laborales; b) otras lecturas y cursos recibidos; c) noticias, avisos y casos relevantes que se publican en los medios y en la red, y d) historias o anécdotas de películas y series de televisión, o de obras literarias. Solo si establecen tales conexiones, leen los materiales proporcionados, y consultan los textos que se les recomienden, podrán aprender y aprovechar más el curso en el que están inscritos. Si solo copian lo que el profesor escribe en la pizarra (cuando lo hace), no prestan atención a las explicaciones y no hacen lecturas por su cuenta, su grado de aprendizaje y su aprovechamiento intelectual y de destrezas aplicables, será menor, y ello no será responsabilidad del docente.

Otros dos aspectos importantes para el buen desempeño de la clase, es decir tanto de la labor del profesor como del proceder del estudiante, son la asistencia y la puntualidad. En lo personal, no considero que la asistencia de los estudiantes a todas las clases sea obligatoria; sin embargo, resulta conveniente –por diversos motivos, y no solo por seguir el derrotero de las lecciones- presentarse al aula con regularidad, hacer una escucha activa y tener una actitud positiva y participativa. Es preferible que un estudiante apático o indisciplinado no se presente al aula, si su conducta y actitud entorpecerán el desarrollo de la clase.

Sin embargo, en algunas situaciones la inasistencia de los estudiantes puede convertirse en un problema constante, como lo expongo a continuación. Un estudiante faltista siempre está confundido con lo que se tratando en la clase, no comprende cómo se relaciona lo que se está diciendo hoy con lo que oyó varios días atrás, y nunca entrega los trabajos ex-aula a tiempo porque no se entera de las fechas límite establecidas. Si los estudiantes no se presentan a clase regularmente, no visitan el sitio del aula virtual ni leen los mesajes de correo con las instrucciones de ejercicios o evaluaciones, no consultan ni estudian los materiales de apoyo, y cuando estan en el aula no ponen atención, entonces, siempre están confundidos, desorientados, y perdidos con respecto al curso, y sin duda alguna es imposible que aprendan algo con solidez y profundidad.

Un problema con más impacto negativo es el de las llegadas tardías de los estudiantes al aula, cuando la clase ya comenzó. Yo siempre llego puntual al aula en la que se imparte el curso, pero, en contrario, los estudiantes siempre llegan tarde, y para evitar conflictos y discusiones, no les impido la entrada, como en realidad se debería hacer. En los cursos vespertinos y nocturnos la mayoría pone como excusa sus horarios de salida del trabajo y las dificultades para transportarse hasta la universidad al final de la tarde. Si el docente espera unos minutos a que la mayoría –o al menos la mitad de los estudiantes- llegen y estén presentes en el aula, los primeros diez a quince minutos de la clase se pierden, se desperdician y el tiempo útil de la clase se reduce. Y, si el docente comienza a impartir su lección a la hora exacta -aunque solo haya unos pocos estudiantes presentes-, cuando van llegando los otros tardíamente interrumpen la clase de diversa manera; o al sentarse en el pupitre le preguntan al compañero alguna cosas, y al final no entienden lo que se está tratando porque se han perdido el principio del tema del día; y luego, se quejan porque no les queda claro el tópico expuesto, y le echan la culpa al profesor. En fin, las llegadas tardías de los estudiantes entorpecen la clase debido a las interrupciones que ocasionan y limitaban la posibilidad de dejar un espacio para preguntas y discusiones al final de la clase, o para hacer ejercicios breves en el aula.

4 Del modo de impartir una clase
Existen diversas técnicas para impartir un clase o desarrollar un curso; algunas de tales técnicas son muy ortodoxas y otras demasiado heterodoxas; algunas requieren menos tecnología y más trato interpersonal y comunicación oral, y otras dependen de cualquiera de las tecnologías disponibles y a la moda. Así, por ejemplo, sobre el uso de la técnica para la exposición de un tema en clase, es bien conocida la moda de las presentaciones con diapositivas. Las diapositivas tienen la ventaja de permitir mostrar imágenes, datos estadísticos, diagramas, y otros recursos gráficos, los cuales hacen más colorida e ilustrativa la clase, y con ello son un apoyo importante para cualquier curso, pero no son más dinámicas como se cree; además, tienen la desventaja de que se pierde tiempo en el transporte e instalación de los equipos de proyección y computación (si los equipos estuviesen siempre en las aulas –como ocurre en algunas universidades- bastaría introducir un disco, una tarjeta o una memoria portátil en el puerto correspondiente y nada más) y –ciertamente- limitan el contenido de la clase a lo que está punteado en la presentación, resultando difícil incorporar otros contenidos o hacer digresiones interesantes al paso, porque si se hace eso, no se alcanza a mostrar toda la presentación.

En lo personal, francamente lo digo acá, me incomoda andar llevando de un lado a otro los equipos correspondientes, y no siempre se cuenta con alguien cuya responsabilidad sea esa, o quien se ofrezca voluntariamente a servir de cargador de los equipos de proyección. De cualquier manera, he adoptado la costumbre de hacer tales presentaciones en casa y remitírselas por e-correo a los estudiantes cuando algunos temas del curso lo requieran. En cambio, pienso que la clase oral, sin diapositivas y equipos de proyección, permite un flujo más libre y dinámico de la mente del docente experimentado (de hecho, el docente experimentado no necesita depender de diapositivas), y yo prefiero impartir clase sin tal intermediación (haciendo anotaciones claves en el pizarrón, como lo mencioné antes). Por otra parte, uso regular y abundantemente el recurso del correo electrónico para comunicarme con los alumnos: a sus cuentas personales de correo les envío muchos materiales complementarios, desde artículos de revista, manuales, esquemas y hasta libros digitales; de igual manera, les distribuyo las instrucciones de las tareas y trabajos ex-aula además de presentarlas y explicarlas en clase; y también allí les recibo sus tareas y les remito los resultados de sus evaluaciones; y siempre les respondo cuando me escriben haciendo consultas o me plantean dudas.

Empero, algunos reclaman el uso tecnologías de comunicación durante los cursos universitarios y sostienen que es el modo más eficaz de impartir una lección. Yo pienso que el apoyo visual, tal como la proyección de imágenes, diagramas y cuadros es indispensable en algunos temas, pero no en todos. Para la mayoría de las lecciones siempre uso el pizarrón, y allí voy colocando los temas (marcados con letras o números en secuencia), los subtemas y las palabras clave, a manera de esquema o cuadro sinóptico. Además, en cada punto clave menciono algún ejemplo relevante, como ilustración, o lo relacionaba con algún acontecimiento del país. Ello equivale al contenido esquematizado que se suele proyectar con diapositivas, y no pienso que usar el pizarrón para escribir, para hacer notar lo más importante de la exposición de un tema, sea un método obsoleto.

A manera de contra-ejemplo, quiero mencionar que yo he asistido a muchos seminarios en los cuales los facilitadores se han limitado a mostrar sus presentaciones con diapositivas, contar una que otra anécdota simpática, y ampliar muy poco lo que están proyectando en la pantalla, de manera que al final de tales cursos, lo único que le queda a uno son unas pocas páginas de texto puestas en abundantes láminas.

Pero, si algunos estudiantes se limitan a copiar en su cuaderno lo que el profesor escribe en la pizarra, e ignoraban todo lo demás que se dice y explica, entonces no lograran aprender gran cosa de ningún curso. Además, me he dado cuenta de que la mayoría de estudiantes no leen el diario ni ven noticieros, y nunca están enterados de lo que ocurre en el país y el mundo; por ello cuando se hacen preguntas abierta a la clase, o se les pide que propongan un tema o ejemplo para discutirlo, lo único que se obtiene a cambio es su silencio.

De los estudiantes aburridos y distraídos
En lo personal me considero pragmático, y como tal, para mí el tiempo es muy valioso y debe ser bien aprovechado y no desperdiciado; lo mismo vale en lo que respecta al tiempo que requiere la exposición de un tópico en una clase académica seria, la cual debe ser desarrollada con la misma seriedad en todos sus aspectos, y no ser desperdiciada en tonterías y bromas. Sin embargo, las clases expuestas con seriedad a muchos estudiantes les parecen "aburridas". La verdad, no son las clases ni el profesor los aburridos: es el estudiante díscolo o poco motivado en aprender quien se aburre, es él el aburrido porque tiene un carencia de la cual probablemente ni él mismo tiene conciencia.  Si un estudante lo que quiere es divertirse, es mejor que no se presente a clase y salga a caminar por los jardines y terrazas, o se vaya al cine o a recorrer centro comercial, o mejor, que se quede en su casa viendo televisión u oyendo música, o se siente por allí a jugar con su celular. Y en un caso extremo, le convendrá reflexionar sobre retirar la inscripción al curso, o buscar una empresa distinta a la de los estudios universitarios, que sea más propicia a sus verdaderos intereses. La universidad no contrata a sus docentes como animadores, ni para divertir y entretener a nadie, sino para enseñar y guiar, para comunicar y transmitir conocimientos serios y científicos.

Empero, cuando el grupo de estudiantes inscritos en un curso adoptan una mala actitud conjunta, ya sea porque sienten que sus expectativas no están siendo satisfechas, o porque se contagian del aburrimiento de algunos de los otros, entonces, se puede afirmar que si no se procede a ponerle remedio a tal situación, los estudiantes continuarán demostrando la misma actitud negativa de indiferencia y displicencia con sus obligaciones académicas y se negarán a participar activamente en las actividades grupales, a lo largo del resto del ciclo universitario, y todo el curso y la clase será un fracaso en su finalidad formativa e instructiva. Del mismo modo, hay un serio problema que resolver cuando se programa la realización de discusiones en grupo en torno a alguna lectura, tema o material de apoyo, y los estudiantes no participan activamente o suelen decir que no han visto ni leído los textos objeto de la discusión (o que nos los recibieron en sus casilleros de e-correo o que no han ido a conseguir las fotocopias del folleto), con lo que la efectividad del ejercicio se pierde completamente. Y también cuando se les pone a trabajar en grupos para aplicar alguna teoría vista en clase, en lugar de intentar hacer el ejercicio, comienzan a platicar entre sí asuntos que no tienen nada que ver con el objeto del ejercicio, dejando transcurrir los minutos, y no hacen ningún esfuerzo para pensar y para sacarle provecho al ejercicio. A raíz de tales conductas un docente podría decidir no hacer discusiones ni ejercicios en grupo dentro del aula, pero, eso no sería lo más adecuado. Al contrario, es preciso buscar soluciones a tales problemas y una de ellas es inducirlos y persuadirlos a una declaración franca de las causas de su mala actitud, y luego, proceder a negociar cambios en los métodos de trabajo y de enseñanza, hasta llegar a un compromiso conjunto de hacer mejor las cosas entre todos.

Un problema visible y muy común actualmente, y de naturaleza distinta a los anteriores, es el hecho de que los estudiantes están más atentos a su aparato móvil que a la clase. Pero, aparte de dictaminar que las alarmas y sonidos de los móviles sean silenciados, no se puede hacer nada o se podría hacer muy poco, sin crear conflictos a cada instante, o tener que poner en operación mecanismos autoritarios que no son materia de la labor de enseñanza universitaria, sino que serían propias de un sistema de seguridad corporativa. La adicción a los móviles es un problema serio y complejo que escapa a mi competencia y al alcance del presente ensayo.

6 Del plan de evaluaciones y ejercicios de aplicación
Todo curso requiere ser evaluado en todos sus aspectos, es decir, desde los métodos de enseñanza, los contenidos del programa, y la conducta del docente, hasta el comportamiento de los estudiantes, la calidad de las tareas, ejercicios y proyectos ejecutados, y los conocimientos y habilidades adquiridos o aprendidos por parte de los estudiantes. Al igual que con las técnicas de impartir clases, los métodos e instrumentos para realizar las evaluaciones con los estudiantes, son muy diversos, y cada uno se enfoca en alcanzar un resultado diferente, aparte, claro está, de que todos coinciden en que se quiere que todos o la mayoría de los alumnos apruebe el curso y adquiera un mínimo de conocimientos teóricos y prácticos.

En mi opinión, existen dos opciones para realizar las evaluaciones combinadas en un curso universitario: a) hacer varias pruebas escritas individuales (al menos una al mes) y pocos trabajos ex-aula (uno o dos, tanto prácticos como de investigación); y b) realizar distintos trabajos prácticos y ejercicios de aplicación -individuales o en grupos-, uno por cada habilidad o competencia que se quiere inculcar, y limitar las pruebas escritas teóricas a una o dos durante el ciclo, y con poco valor. Los trabajos de investigación teórica y bibliográfica han dejado de tener sentido hoy en día, porque los estudiantes se limitan a copiar y a pegar textos y páginas enteras de internet, sin citar siquiera las fuentes; los que siguen siendo válidos son los trabajos de investigación empírica y de campo, en los cuales los estudiantes tienen que realizar encuestas, entrevistas, observaciones y reunir evidencia documental.

Considerando que existen diversos estilos de aprendizaje por parte de los estudiantes, yo pienso que todos los cursos deberían ofrecer diversas alternativas de evaluación en cada momento de todo el proceso evaluativo; es decir, el plan de evaluaciones de un curso debería contemplar casos en los que el alumno pudiese escoger realizar pruebas escritas o, en cambio, trabajos prácticos y de aplicación, o proyectos ejecutables. Si se establece un mecanismo de consulta y negociación se hace partícipe a los estudiantes del proceso de evaluación de su curso, no solo como respondentes a una tarea asignada sin discusión, sino como agentes que escogen y deciden realizar una actividad académica que se ajusta más a sus intereses y expectatvas. Yo, en ocasiones, les presento a mis estudiantes hasta tres alternativas de evaluación (por ejemplo, entre proyectos, ejercicios, exámenes y otros); o también, promuevo que ellos propongan varios temas de trabajo o investigación, y luego someto a votación las diferentes propuestas, y se escoge una o dos con mayoría de votos. Es más, algunos escogen realizar una prueba escrita en la fecha asignada en lugar de realizar un trabajo práctico, aunque, en verdad, la mayoría rechaza las pruebas escritas. Lo que si me disgusta es trabajar con grupos de estudiantes que nunca opinan, ni proponen, ni discuten, ni preguntan, ni participan, y luego se quejan a escondidas de tal o cual cosa.

Aunque a veces los estudiantes ocasionan problemas como los que he descrito aquí, yo no creo que sea correcto, por parte del docente, usar las evaluaciones de un curso para castigar a los estudiantes por su mala conducta académica. Al contrario, para ayudarles a mejorar su promedio y estimularlos, a veces establezco un sistema de otorgación de puntos como premio a la participación –en ocasiones un poco forzada- en ciertas actividades prácticas que se realizan en el aula; ya que, sin esos puntos adicionales, la mayoría termina reprobando u obteniendo un promedio final alrededor del siete, pero no más que eso.

Mi plan de evaluaciones para cada curso incluye diversas actividades, y cada una tiene una relación directa con cada una de las áreas de contenido del curso. Así, por ejemplo, un plan típico de los que utilizo incluye lo siguente: tres evaluaciones principales (15% cada una, haciendo un total de 45%), tres grupos de ejercicios (con un total de 35%), y un proyecto (valorado con 20%). En un curso que impartí sobre imagen corporativa y relaciones públicas los trabajos y ejercicios asignados a los estudiantes fueron:
-Un examen escrito acerca de los elementos que contribuyen y afectan la construcción de la imagen corporativa.
-Elaboración de un manual de marca, utilizando como base ejemplos de manuales de marca de diversos tipos de compañía (privadas y públicas, lucrativas y no lucrativas, por ejemplo). El trabajo fue realizado en grupos, y como punto de partida a todos los grupos se les dio una expresión inventada para que trabajasen con ella convirtiéndola en una marca, tal marca se aplicaría a empresas de diferentes rubros que los mismos estudiantes escogieron. El resultado fue interesante, porque se demostró que una misma expresión puede ser usada para casi cualquier empresa de manera efectiva, porque es el diseñador de imagen quien le otorga carácter y significado a una expresión (el nombre de la marca), una frase (el eslogan) y un figura (el logotipo).
-Elaboración de un mapa conceptual que resumiese el contenido un artículo sobre la comunicación de crisis escrito por un autor de renombre. Además del mapa conceptual, los estudiantes debían agregar un comentario personal respecto de todo el artículo.
-Preparación de un caso de estudio sobre comunicación de crisis, para el cual debían aplicar un método que se expuso en detalle en clase. El método de siete pasos ayuda a desarrollar una estrategia de prevención, gestión del riesgo y administración de una crisis y de sus impactos.
-También se programó discusiones en el aula sobre algunas de las lecturas que se distribuyó a lo largo del ciclo.

Otro método de evaluación que acostumbro a utilizar es el juego de roles. Este consiste en simular la ejecución de un proyecto común, en donde cada grupo de estudiantes desempeña uno de los roles más relevantes que en la realidad se necesitan para llevarlo a cabo. Así, por ejemplo, en un curso de historia del arte contemporáneo entre todos los grupos de estudiantes se proyectó una exposición internacional de arte; en cursos de comunicaciones de mercadeo, grupos de estudiantes analizan un mismo producto desde distintos roles; y en el curso de imagen corporativa mencionado, se organizó un juego de roles sobre un caso realista de marketing turístico, inmobiliario y urbano, basado en las "charter cities", un tema importante y de actualidad. El ejercicio consistió en elaborar un plan de comunicación y relaciones públicas para cada uno de los actores/roles involucrados en el caso mencionado. Durante todo un mes se programó -y se les envió la programación y materiales de apoyo por correo a los alumnos- la realización de talleres de consulta y discusión sobre cada uno de los apartados que contiene un plan de Relaciones Públicas. En este último caso el ejercicio colectivo no funcionó muy bien porque los estudiantes llegaban a las sesiones de taller sin haber preparado ni leído nada, y por ende no se avanzaba en el proyecto; y luego, se quejaban de que ese día se perdía la clase porque no se hacía nada, o porque no se les decía qué tenían que hacer a pesar de que tenían en su poder la programación de los talleres y el contenido de los mismos.

Como puede verse, todas las evaluaciones buscan ser consistentes con el contenido del curso en cuestión, y tienen como objetivo didáctico hacer que los estudiantes apliquen la teoría a situaciones de la realidad, o al menos a situaciones realistas.

7 Espacios para discusión, quejas y reclamos
Pienso que tenemos derecho a reclamar y a quejarnos de aquello que estamos seguros de que es injusto o de que no nos conviene porque nos afecta negativamente. En ocasiones tenemos que quejarnos de la manera cómo se está desarrollando un curso. Por ello mismo, conviene insistirle a los estudiantes que se manifiesten a medida que el curso va avanzando, por cualquiera de los medios disponibles: el correo electrónico, un foro en el aula virtual, o la conversación cara a cara en el cubículo del profesor: una crítica bien justificada o una recomendación bien argumentada siempre son bien recibidas. Desde luego, hay cosas que se pueden negociar y otras que no; pero, siempre se puede discutir e intercambiar percepciones sobre cualquier asunto, e intentar solucionar un problema por el camino y el medio más adecuados. Del mismo modo, si un estudiante piensa que un tema debe ser ampliado o explicado de nuevo,  basta con que lo diga, declare, sugiera o solicite, con el debido respeto, y se puede programar otra sesión para profundizar en los tópicos que hayan quedado incompletos, o enfocar el asunto de otra manera, para aclarar sus dudas, eliminar confusiones posibles y asegurar el aprendizaje. No se debe esperar a que termine el curso para quejarse en el anonimato de las evaluaciones en línea de profesores, porque eso no sirve de nada, ni para los alumnos, ni para el profesor.

8 De porqué el estudiante debe ser proactivo
Pero, es necesario decirlo: el estudiante también tiene que poner su parte en el curso, es decir, está obligado a participar, a opinar, a preguntar, a proponer: si ellos no participan, entonces la única voz que se oye es la del profesor, y no debe ser así. Yo doy espacio para la participación, pero, si los alumnos no participan, no hablan, no opinan... entonces, no podemos saber qué están pensando, ni si han comprendido bien o mal lo que se expone en clase, o si su deseo de saber no ha sido satisfecho con los contenidos divulgados.

Por ello mismo, acostumbro preguntar a mis alumnos al principio del curso (y luego otras veces) acerca de las expectativas que tiene respecto del mismo. Sin embargo, si los estudiantes no manifiestan, ni al principio ni después, qué esperan o esperaban,    es imposible para el docente conocer su opinión.

Y, por último, es preciso declarar que cuando un grupo de estudiantes tiene grandes vacíos en su formación y un alto grado de ignorancia del lenguaje técnico, categorías, y conceptos usuales en las disciplinas de su respectiva carrera y de ciencias sociales en general, es casi imposible llegar su nivel de comprensión sin perjudicar los objetivos didácticos. Muchos no entienden las lecciones por la simple razón de que no conocen ni dominan un vocabulario técnico mínimo de su carrera, y no porque la clase haya sido mal impartida, o desarrollada de manera confusa. Pero, superar las carencias de conocimientos del mundo y la sociedad en general, del bagaje técnico y especializado, de la capacidad y competencia para imaginar y argumentar, para deducir y conectar su mundo personal con el mundo exterior global, es responsabilidad y reto del propio estudiante.

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